miércoles, 21 de febrero de 2018

La Paleta

Estoy encantado de ser de Madrid. Mis padres, de Madrid, mis hijos de Madrid y aunque ella nació en Puerto Rico, la familia paterna de mi mujer es de Madrid de varias generaciones. Y uno de los motivos por los que estoy encantado de ser de Madrid, es porque todo esto no le importa a nadie. Si yo hiciera este mismo discurso siendo de Barcelona o de Bilbao, me estaría dando importancia, estaría presumiendo y quedando por encima de charnegos o boronos, que así es como muchos llaman a los que no tienen la suerte de ser como ellos, de haber nacido donde ellos han nacido. Y muchos de esos charnegos y boronos agachan las orejas, se avergüenzan de su origen y se hacen independentistas para hacerse perdonar su indigno origen. En Madrid, no. Aquí nadie te pregunta de dónde eres, de dónde vienes ni a dónde vas. Aquí cada cuál es de su padre y de su madre y tiene el mismo derecho que los demás a buscarse la vida. Punto. Como en tantos otros lugares de España.

Y no es que aquí no haya venido gente de fuera con los mismos complejos que a las otras grandes ciudades, que también los hay, cómo no. Aquí se llaman paletos, garrulos, palurdos… y un montón de sinónimos más. La diferencia fundamental es que en Madrid (como en tantos otros lugares de España), para utilizar ese calificativo con alguien, no se hace por su origen sino por su ignorancia y sus complejos. Tendría narices calificar de paleto a Juan Ramón Jiménez, a José María Pemán o a Severo Ochoa. Si tú no te minusvaloras, nadie te desprecia porque a nadie le interesa de dónde vienes. Tan sencillo como eso. Recuerdo que cuando era niño, en el colegio pasaba mucha envidia porque casi todos mis compañeros tenían “pueblo” y para cada uno de ellos su pueblo era lo mejor y más divertido del mundo. Yo les daba mucha pena porque no tenía pueblo. Al final, todos éramos de Madrid porque todos vivíamos en Madrid y casi todos habíamos nacido en Madrid. Lo normal, nada extraño. Sin embargo, siempre había un paleto que estaba asqueado de vivir en Madrid, odiaba Madrid y todo le parecía una mierda al lado de su pueblo… pero no se iba a vivir a su pueblo.

Cuando le gente normal que vivía en Madrid normalmente, volvía a su pueblo, se alegraba de hacerlo y si podía ayudar a otros a trasladarse a Madrid, lo hacía encantada. Y normalmente, cuando aquél paleto lleno de complejos volvía a su pueblo, con su mamá paleta, que en Madrid se pasaba el día encerrada en casa porque le daba vergüenza que se supiera que venía de un pueblo, esperando que su hijo volviera del colegio para decirle lo mal que se vivía en Madrid. Cuando volvían al pueblo digo, la reacción solía ser la inversa: La mamá paleta despreciaba a sus amigas de la niñez porque no vivían en Madrid; se vestía con su ropa más llamativa para que se viese de dónde venía; se avergonzaba de hacer la matanza que toda la vida se había hecho en su casa; hablaba remarcando mucho las sílabas; y presumía de saber muchas más cosas de las que en realidad sabía. Lo que quería que se viese es lo bien que les iba y cómo habían triunfado. Lo malo es que, no teniendo argumentos para demostrar eso, lo único que podía hacer era despreciar a los suyos. Y para eso, les daba lecciones de lo que se hacía en la capital, de lo que se decía y de cómo había que decirlo. Al final, era una pobre desarraigada, un pobre diablo que no estaba a gusto en ninguna parte y que a todas partes llevaba su amargura y sus complejos. Ni cabeza de ratón ni cola de león.

“La actriz Penélope Cruz ha mostrado su desacuerdo con el machismo que, a su juicio, transmiten los cuentos infantiles y ha contado en una entrevista a la revista Porter Edit que cuando lee estos relatos a sus hijos, cambia los finales. En una extensa entrevista, la ganadora de un Oscar enfatiza en la importancia que tienen los cuentos de hadas para los niños ya que "son las primeras historias que los hijos escuchan de boca de sus padres"."Cuando leo cuentos de hadas a mis hijos por la noche, siempre estoy cambiando los finales, siempre, siempre, siempre, siempre. Que le jodan a Cenicienta, a la Bella Durmiente y a todas las demás. Hay mucho machismo en esas historias y eso puede tener un efecto en la forma en que los niños ven el mundo. Si no tienes cuidado, empiezan a pensar: 'Ah, entonces los hombres deciden todo'", explica. La actriz es madre de Leo, de 7 años, y de Luna, de 5.

Por ello, según asegura, sus heroínas rechazan propuestas de matrimonio o hacen las propuestas ellas mismas. "En mi versión de Cenicienta, cuando el príncipe dice: '¿Quieres casarte?', ella responde: 'No, gracias', porque no quiero ser una princesa. Quiero ser astronauta o chef ", ejemplifica.” 

EL PAÍS, 21 de Febrero de 2018.


Está claro: todas las princesas están casadas; y todas las astronautas y las cocineras, solteras. Y todas las paletas ignorantes, amargadas. 

Gonzalo rodríguez-Jurado Saro

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