Pues
éramos pocos y parió la abuela. Ahora resulta que no vale solo con inventarse
cargos e instituciones, eso sí, debidamente remunerados, para expandir el
Pensamiento Único Obligatorio. Resulta que es que además opinan y te dan
directrices de lo que debes y no debes pensar o decir. Y por supuesto, una de
las banderas del Pensamiento Único Obligatorio es la superioridad moral -y no
solo moral, que también legal- de las mujeres. Pues parece ser que dos
instituciones tan necesarias y tan útiles para la sociedad que las paga, como
son el Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto Andaluz de la Juventud, han
sacado una campaña, no para prohibir o erradicar los piropos, no. Directamente
para equiparar a los hombres -sí, a todos los hombres y ahora explicaré por
qué- con cerdos, buitres, gallos, pulpos y otros animales igual de adorables. Y
digo a todos los hombres, porque el hecho de que solo se caracterice a hombres
como ese tipo de animales, implica que tales comportamientos son exclusivos de
los hombres. No de todos, ahora sí, pero solamente son hombres los que pueden
adoptar tales comportamientos. ¿Y las chicas que dicen piropos a los chicos?
¿Ellas no son cerdas, ni cornejas? ¿Quizá son zorras para vuestra estricta
moral talibán? Pero es que hay más ¿Si un hombre dice un piropo a otro hombre
es un gallo, un pulpo o una mariposa? ¿Cómo debemos calificar ese libertino
ataque, señores ayatolahs, guardianes de las esencias?
Vamos
a ver: un piropo, lo que se llama un piropo, es decir una exclamación laudatoria
que se realiza al paso de una persona (o persono) desconocida (o desconocido),
puede ser: sutil, halagador, sorprendente, impactante, imprevisto, improvisado,
inoportuno, desagradable, insultante, impresentable u ofensivo. Ponga cada cual
todos los adjetivos que quiera poner entre cada uno de estos, hasta llegar a
una escala de cientos de adjetivos. Y luego elija cada quién el punto en el que
un piropo deja de ser un halago, agradable o solamente tolerable, para pasar a
ser algo intolerable. En lo que sí que espero que estemos de acuerdo es en que ninguno
de estos comportamientos es criminal. Sencillamente responde cada uno de ellos
al nivel de educación y buen gusto de quien los pronuncia. Lo malo es que la
educación y el buen gusto no son iguales para todos, qué le vamos a hacer. Pero
claro, pretendemos erradicar sin contemplaciones de nuestros planes de
educación la cortesía y la urbanidad, por considerarlos obsoletos, rancios y
franquistas, y luego pretendemos imponerlos por ley. Por ejemplo: ¿Qué puede
tener de reprobable que yo le diga a mi mujer que le siente estupendamente su
peinado? Nada, supongo. Pero ¿y si se lo digo a una buena amiga? ¿y a una
conocida? ¿Y a una compañera de trabajo? La pregunta no es dónde está el límite
sino quién pone el límite. En otros tiempos menos mojigatos y menos
intolerantes, diríamos que los límites los ponen la buena educación y el saber
estar, lógicamente. Pero es que ahora resulta que los mismos que se han cargado
la buena educación y el buen gusto, tanto en los planes de educación, como en
los espectáculos o en los medios de comunicación, son los que vienen a imponer
lo que se puede decir, cómo se puede decir y lo que se debe pensar. Vayan, por
lo que a mí respecta, a escardar cebollinos en mal hora, que no he de echarles
de menos.
Pero
sobre todo, hay algo que me preocupa mucho: esta chusma se cree con derecho a
decirnos lo que podemos hacer, lo que podemos expresar y cómo debemos
expresarlo. Pero siendo grave esto, lo más grave de todo es que nos callamos y
miramos al suelo con mirada ovejuna y rebañega. Y si nos preguntan, damos la
razón a quienes vienen a reñirnos, a afearnos la conducta y que reneguemos de
nuestra educación y de la de nuestros padres. Pues por mi parte, me declaro en
rebeldía, levanto la bandera de la insurrección, y abro el banderín de enganche
de los que quieran alistarse a la lucha contra la imposición. Es más, si en el transcurso
de mi batalla contra los molinos de viento, tengo que afrontar en lucha singular
a la cabeza del ejército de los gigantes, a la muy temible y abominable Susana Díaz,
ponderaré su belleza y después le exigiré que rinda todo su ejército… Y es que,
créanme, no hay nada como un buen piropo.
Estoy de acuerdo en unas cosas y no estoy de acuerdo en otras, Gonzalo. Nuestro error es la tendencia a razonar desde nuestro micromundo (entorno, valores, formación y educación) pero hay otros micromundos que nada tienen que ver con nosotros, también reales, donde nuestros razonamientos se estrellan. Piénsalo. Esto sería motivo de un debate imposible de llevar a término aquí. Ya lo hablaremos...
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