Desde que alguien se empeñó
-y está a punto de conseguir- borrar todo rastro, todo signo y toda
manifestación religiosa en la calle, hemos asistido a curiosos fenómenos de
imitación o sustitución de los mismos. Unos más o menos ridículos, otros más o
menos patéticos y otros, cuando menos sorprendentes. Entre los primeros, los
ridículos, sin duda están las llamadas “primeras comuniones o bautizos
civiles”, así llamadas porque algún concejal o alcalde de estos llamados “del
cambio”, celebra una especie de bienvenida a la ciudadanía de un pobre niño que
no sabe qué puñetas hace allí. O sencillamente, al que sus padres le han
explicado que si quiere regalos y fiesta, como los otros niños de su clase,
tiene que ingresar en la comunidad de ciudadanos. Pero no le explican que su
condición de ciudadano la tiene inherente a su condición de persona, por el
solo hecho de haber nacido donde ha nacido, y no porque se la otorgue ningún
concejal de pueblo. Y a pesar de los padres que le han tocado, añadiría yo. De
los segundos, los patéticos, no digo nada. Me limito a transcribir la letra de
una conocidísima canción de Joaquin Sabina:
“Amargo como el vino del exiliado,
como el domingo del jubilado,
como una boda por lo civil…”
como el domingo del jubilado,
como una boda por lo civil…”
Y es que
cuando uno va a una boda en un ayuntamiento o en un registro, y ve a esas
parejas, a esas familias y a esos amigos, intentando hacer que la boda civil se
parezca lo más posible a la religiosa, pero sin bendiciones… Otra cosa distinta
son aquellas bodas civiles, con aspecto de ceremonia civil y sin más
pretensiones que ser una ceremonia civil. Tan respetables como cualquier otra,
por supuesto. Faltará más.
¿Pero y los ritos
funerarios? A pesar de que ahora y siempre ha sido posible tener en España un
entierro de cualquier religión o simplemente civil, asistimos a la aportación
creativa de los que, queriendo dejar claro que no creen, quieren que su muerto
llegue todavía más allá del Más Allá. Desde ceremonias célticas, guanches o
carpetovetónicas para deshacerse de las cenizas, hasta guardar las cenizas en
casa. Porque esa es otra: ahora dice Su Santidad que para aquéllos cristianos
que decidan incinerarse, es obligatorio guardar les cenizas en camposanto
¿Entonces para qué me incinero yo, Santidad? Si lo que quiero es que mis
cenizas deambulen libres por… bueno, eso ya lo sabe quien lo tiene que saber
¿No será que se está resintiendo el negocio de cobrar más de mil euros por
levantar una lápida? Bueno, doctores tiene la Iglesia. Espero no condenar mi
alma para toda la Eternidad, por un quítame allá esas pajas. Y si no, qué le
vamos a hacer, seguro que conozco mucha gente en el Infierno. No nos desviemos.
Si hay algo que realmente te hace sentir que andas por los caminos de una selva
dominicana, haitiana o malaya, son las capillitas. Doblas una curva en un
puerto, junto a un precipicio y ¡zas, capillita! Tomas una recta en La Mancha,
de esas en las que puedes ponerte a doscientos cincuenta kilómetros por hora
con el coche y ¡zas, capillita! Cruzas un semáforo para peatones en La Castellana
o Velázquez y ¡zas, capillita! Las capillitas normalmente consisten en un ramo de flores resecas -no secas- mal
atadas con una cinta adhesiva a un árbol. Pero no se crea usted, que la cosa se
puede sofisticar mucho: hay capillitas con velas, con mensajes, con imágenes ¡y
hasta con ositos de peluche! Qué le vamos a hacer, tendrá que ser así.
Recuerdo que la primera vez
que vi las capillitas fue en Grecia, allá por los años ochenta. Al principio no
entendíamos nada, pero a base de transitar por las carreteras griegas,
comprendimos lo que las capillitas indicaban: ante la ausencia casi total de señales,
el número de capillitas te daba idea del peligro que podían tener un cruce, un
cambio de rasante o una curva. Y es que los griegos serán lo que sean, pero prácticos,
lo que se dice prácticos, lo son desde hace cuatro mil años. Además, sus
capillitas sí son religiosas, que los ortodoxos otra cosa no pero cumplidos,
son más cumplidos que un portugués. Aunque luego voten a Syriza.
Gonzalo
Rodríguez-Jurado Saro
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