jueves, 2 de marzo de 2017

"...que la culpa la tienes tú"

Ese era el estribillo de una vieja canción que todos los que tenemos más de cincuenta, hemos cantado cientos de veces. En ella se hablaba de la muerte de un pobre borrico, de cierta tía vinagre. Dios lo sacó de “esta vida miserable”, pero la culpa la tienes tú. Y esto viene a cuento para ilustrar algo que, en mi opinión, condiciona seriamente nuestro modo de vida, nuestra trayectoria vital y hasta nuestro desarrollo. Ahora lo veremos. Y no, no me he sentado a escribir después de una noche crapulosa de alcohol y rumba, ni de experiencia místico-lisérgica alguna. 

El hecho es que, ya desde niños, se nos viene inculcando insistentemente, entre canciones, cuentos, clases y catequesis, el concepto de la culpa. Y si digo insistentemente, no es por adornar ni por redondear la frase. Es, sencillamente, porque creo que el sentimiento de culpa está intrínsecamente unido a los españoles y a todos aquellos pueblos con los que hemos compartido nuestra vida y nuestra Historia. No conquistado, que ese es un concepto distinto, propio de otras culturas y de muchas inculturas. Y lo está además, atrincherado en resistencia numantina, frente a aquellos pueblos que, paradójicamente, expulsaron de su vocabulario, de su Historia, de su cultura, de su religión y de su enseñanza el concepto de culpa. Los mismos que asumieron las doctrinas de Lutero y de Calvino, en las que el hombre es dueño de su propio destino, y ese destino será como cada uno quiera que sea. Doctrinas que legitiman todo aquello que una persona haga por buscar su felicidad y su bienestar, siempre que sea respetando a los otros. Hasta trabajar, ahorrar dinero y ser rico. Aunque ya lo publiqué en un artículo hace años, no está de más recordarlo: Cualquier español -cualquiera, insisto- a quien tú le digas que tiene mucho dinero, se te revolverá como si le hubieras pisado el rabo, alegando que no tiene tanto, que tiene muchos gastos o que tú tienes mucho más dinero... Y no me acuse nadie de acomplejado: cualquiera que haya leído un mínimo de Literatura clásica española, comprenderá que en España siempre se han considerado el trabajo y su consecuencia, el dinero, como una maldición bíblica. Tan innecesario como degradante. Cada uno tiene que ocupar el lugar que Dios le asigna en la sociedad, y molestarse en cambiar eso podría considerarse hasta ir en contra de la voluntad de Dios. 

Una de las consecuencias más inmediatas es la forma que, como decía más arriba, tenemos los españoles de enfrentarnos a los problemas. Por supuesto, no todos los españoles ni a todos los problemas. Pero valga como generalización; y que nadie me cuente lo que ya sé se las generalizaciones, que aunque sirvan para equivocarse, también sirven para ilustrar. Cuando un español, digo, tiene un problema no busca una solución, busca un culpable. Una vez encontrado el culpable, el problema persiste y, de hecho, muchas veces se agravará con el tiempo. Sin embargo, parece que no, pero lo de tener alguien a quien echar la culpa, ayuda mucho. No sé a qué ayuda, pero ayuda. Si no consigo vender una casa a un cliente, en ningún caso será porque yo no haya sabido conectar con sus necesidades, será obviamente porque la imbécil de su madre, cuando vino a verlo, no paraba de encontrar defectos a la casa. Si no he alcanzado un ascenso en mi trabajo, que tenía que ser para uno de los tres, no será porque otro haya tenido mejores méritos que yo sino porque se arrastra como un gusano. Por supuesto, un suspenso siempre es culpa del profesor; un accidente de tráfico culpa del otro; una avería en casa, culpa del chapuzas que hizo las tuberías; un mal resultado de mi equipo, culpa del árbitro, del equipo contrario, de su afición y del que corta las entradas en el estadio; la detención de mi hijo es culpa de sus amigos, que fuman droga o incluso del propio policía; y qué decir de mi separación: por supuesto es por culpa de mi ex.

Y conste además, que la culpa de que no queramos aprender es de los profesores, que no saben enseñar.


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

2 comentarios:

  1. Aquí somos expertos en eso de escaquear responsabilidades de lo que sea y en ir de pobrecitos sufrientes por la vida.
    (Y qué bien escribes, Gonzalo. Da gusto leerte)

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  2. Muchas gracias, Carmen. Viniendo de ti, es todo un honor.

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