lunes, 20 de abril de 2015

Tiempos y costumbres: "Yo, los domingos no me afeito"

Parece que hay una costumbre entre nuestros jóvenes -y no tan jóvenes- profesionales urbanos, no muy generalizada afortunadamente, que se resume en una aterradora frase: “Yo, los domingos no me afeito”. O los sábados o los fines de semana o los festivos… que tanto da. Y lo peor es la frase justificativa que suele venir a continuación: “porque no salgo de casa”, “porque es un coñazo…”, “porque estoy solo” o incluso “para dejar descansar la barba”. Y no es esta última una mala excusa, que parece que si dejas “descansar” la barba, el lunes cuando te afeites (por obligación, claro) tu barba será muchísimo más condescendiente contigo, se dejará afeitar mansamente e incluso te hará unas agradables cosquillas mañaneras. Claro, es que una barba bien descansada, parece que no, pero es mucho más amigable. La cuestión es que no se ha descrito en la literatura dermatológica, ni aún en la médica, un solo caso de fatiga barbera, de barba fatigada ni de agotamiento barbal. Es más, sospecho que la mayor fatiga para una barba debe ser el mismo hecho de crecer, pero bueno, no seré yo quien discuta un asunto tan cargado de matices.

Para lo que sí me sirve tan brillante, higiénica y estética idea, es para proponer un cuadrante, a modo de agenda semanal, en el que al menos un día a la semana dejemos descansar una parte de nuestro sufrido cuerpo. De esta manera, le regeneración de nuestra piel, nuestro pelo y todos nuestros flujos corporales se verá enormemente favorecida a través del descanso. Así tomando como punto de partida, por tradicional e instituido, el domingo sin afeitarme, podríamos seguir el siguiente itinerario a lo largo de la semana:

El lunes, no me lavo los dientes. Parece que no, pero dando un día de descanso semanal al esmalte dental, se puede prolongar su vida más allá incluso de nuestra propia vida. Aunque no es previsible que en el más allá vayamos a usar los dientes, parece que sería un detalle de cortesía con los posibles arqueólogos, antropólogos y demás aficionados a molestar a los muertos, que en su día pudieran venir a estudiarnos.

El martes, dejo descansar los pies. Después de todo la fatiga de los pies puede resultar nociva para la comodidad del calzado. Y en el fondo, un buen par de calcetines remedia toda reacción desagradable que tus pies puedan tener, como consecuencia de tu generosa oferta de descanso semanal.

El miércoles, queda declarado Día Semanal del Descanso Axilar o Día sin Desodorante. Nada como un buen descanso axilar para regenerar bífidus, lactovacilos, casei-inmunitas y demás sustancias absolutamente necesarias para un desarrollo acorde con la Madre Naturaleza. O con la Pacha Mama, que también hay que ser indigenistas.

El jueves le toca descanso a mi pelo, día sin peines, que el pobre lleva cincuenta y dos años de mal trato diario. Con razón se ha sublevado y la deserción es cada vez más evidente. De hecho, se está haciendo masiva y eso es debido a mi falta de cuidado con su descanso. Prometo que a partir de ahora, con el descanso semanal, luciré una melena que en nada ha de envidiar a la de Jacobo Fitz James Stuart ni a la de Javier Nart.

Los viernes serán día de asueto para mis oídos. Por fin, un día a la semana se verán libres de toda agresión externa y podrán descansar.

Y los sábados… directamente, no me ducho. Parece de justicia que, si a lo largo de la semana he ido dando un día de asueto a cada una de las distintas partes de mi cuerpo, el sábado sea festivo para todo el resto ¿no? Pues eso, que viva el descanso corporal…


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

viernes, 10 de abril de 2015

Je suis chrétien

Ayer mismo, paseando por Madrid, vi en la ventana de una oficina, supongo que alguna redacción o agencia de prensa, dos enormes carteles con el tristemente famoso texto de “Je suis Charlie”. “Es curioso”, pensé, “lo poco que tardamos en olvidar las tragedias, las barbaridades y las injusticias. Sobre todo si son ajenas. Lo rápido que pasan al desván del olvido las experiencias desagradables”. Y me alegré, realmente me alegré de que alguien siguiera recordando a las víctimas a pesar de todo.

No necesito recordar aquí el artículo que entonces escribí en Tirloeses, porque cualquier lector que esté leyendo este artículo, no tiene nada más que bajar por la pantalla con su ratón para encontrarlo. O buscarlo en la columna de la derecha: año 2015, enero, “Je ne suis pas Charlie”. De ese artículo remitía a otro en el que explicaba que no me gusta nada el “yo soy…”. A pesar de todo, creo que toda forma de recordar y honrar a los muertos es respetable. Muy respetable, diría yo. Más aún si esos muertos han sido asesinados, como en este caso. Lo que le hace perder la respetabilidad es cuando, lamentablemente, la sinceridad del letrerito queda limitada a un duelo fingido para “estar a la altura”.

Y es que, quieras que no, uno es mal pensado por la edad y desconfiado por paleto, y no puedo evitar pensar que para algunos enfervorecidos defensores de la Libertè, hay muertos de primera, de segunda e incluso de tercera. Porque vamos a ver, si los asesinos de las doce víctimas de París son, no los mismos, pero sí de la misma jauría que los que han asesinado a ciento cuarenta personas en Kenya y que los que a diario matan, mutilan, torturan, secuestran y violan por centenares y por miles a los cristianos en Siria e Irak ¿Por qué je ne suis pas irakien ni kényen? ¿Por qué nadie lleva letreros para recordar a estos otros asesinados? Y si, evidentemente, no es el número de muertos en cada atentado ¿qué es lo que hace entonces distintos a los muertos? ¿el lugar donde han sido asesinados? Claro, yo entiendo que París siempre es mucho mejor lugar para morir que África, dónde va a parar. Y que Oriente Medio, para qué te voy a contar…

Sin embargo, tengo para mí que lo que de verdad diferencia a unos muertos de otros no es el lugar donde han sido asesinados sino el motivo. O al menos, el motivo que los enfervorecidos portadores de la pancarta, creen que les diferencia. Mientras que unos, negros, moros o beduinos han muerto por ser cristianos; los otros, tan blanquitos ellos, han muerto “por la libertad de expresión”. Y claro, guardar luto o portar carteles y pancartas por uno -o por mil- que han asesinado “por ser cristiano”, da cierto repelús, cierta grima a los “intelectuales” europeos. Mientras que si los asesinados lo han sido por criticar “a todas las religiones” la cosa varía notablemente. Lo que no saben estos mequetrefes y soplagaitas de pitiminí, es que para los asesinos todos somos occidentales, todos somos europeos y todos somos cristianos.

Discutían en el Senado de Roma si con los bárbaros había que combatir, negociar o darles la ciudadanía. Mientras, los bárbaros acampaban a las puertas de Roma.



Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

lunes, 6 de abril de 2015

Requiem por las antiguas juergas

Enorme placer me produce -o, como diría alguien mucho más cualificado que yo, “me llena de orgullo y satisfacción…”- poder hacer esta crónica recién llegado de La Granja. Y no en cualquier circunstancia, que creo que esta es de las pocas vacaciones de Semana Santa que he conocido en este nuestro pueblo y en el resto de España, en el que ha hecho sol y una temperatura decente a lo largo de toda la semana. Otra cosa distinta es que la primavera se resista todavía a entrar en el robledo, dejando Los Jardines con un desnudo aspecto invernal, pero este es asunto distinto. Ya se sabe, el roble hasta mayo… Y las hayas y los tilos, añado yo.

En todo caso parece ser que en estos tiempos de cambios vertiginosos, estamos llamados a cambiar usos, costumbres y formas de pensar. E incluso de actuar. En concreto, me refiero a la actitud que cada uno de nosotros tenemos ante lo que toda la vida de Dios, se ha llamado una juerga. Y es que parece lógico: en tiempos más gloriosos, existía la norma no escrita  de que “de noche, todos los gatos son pardos”. Esto, explicado para aquéllos que no han tenido la fortuna de estudiar un bachillerato decente  o lo que es lo mismo, para aquéllos a los que el Estado ha traicionado entregando su educación a los caudillitos locales, quiere decir que lo que ocurría en una juerga, nadie lo “recordaba” al día siguiente. Ni quién había estado ligando con quién, ni quién se había emborrachado, ni quién había dicho qué. Como una especie de amnistía sobre lo que nadie quería -o a nadie convenía- que hubiese pasado. Vamos, una especie de pacto entre señores, señoras y no tan señores ni tan señoras. Al final, un manto de silencio culpable y protector. Pero héteme aquí que sobre tan herméticos y silenciosos círculos, empezó a cernirse una terrible amenaza. Y esta no era otra que la de que todos y cada uno de los asistentes llevasen en su bolsillo no solo un teléfono, sino que  además ese mismo teléfono fuera una cámara de fotos, una de vídeo y una grabadora. Maldita la hora.

Si antiguamente podías recordar con cariño una noche de canciones, de bailes o de chapuzones, en la actualidad corres el riesgo de que las imágenes de esas canciones, esos bailes o esos chapuzones, aparezcan ante ti con toda su crudeza. Es decir, que alguien te enseñe no lo que tú has idealizado, sino lo que en realidad ocurrió. Lo que hiciste en un momento de euforia etílica, sexual o de ambas simultáneamente. Que te veas en un lamentable estado, cantando rancheras a voz en grito, bailando un tango apache con tu secretaria o saliendo del mar como Dios te trajo al mundo. Pero sin que se trate del Nacimiento de Venus, ni mucho menos hayas sido retratado por Sandro Botticelli.  Ni siquiera por Robert Capa sino por un compañero de juerga que, con mejor o peor intención, decidió inmortalizar el momento. Y claro, al final el camino del infierno está alfombrado de buenas intenciones y las imágenes se acaban volviendo contra uno mismo. Saliendo cuando menos falta hace o cuando peor te viene que salgan, y circulando por guasapes, feisbuses y demás sistemas de atropello sistemático de la intimidad. Lo que es curioso, es que el improvisado reportero nunca publica imágenes de sí mismo sino de otro…

Por cierto, increíble la comida mexicana que organizaron en su casa de La Granja Juan García de la Vega y Susana Lapique, el Jueves Santo. Ya se sabe, a los García de la Vega no hay más que tocarles las palmas para que arranquen todos a una, como un solo hombre. Allí, entre vino, margaritas, bullshots y buena gente, tuve la oportunidad de interpretar mano a mano, con César y Santi Villarrubia, una buena retahíla de rancheras. Lo digo por si alguien me encuentra en su pantalla al abrir su correo o su Féisbu. Advertidos quedan.



Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro