Y por seguir desenmascarando
a los terroristas verbales, a estos igualadores de garrotazo y tente tieso, infiltrados
en la prensa escrita o radiofónica, en la literatura y en casi todos los
ámbitos de la sociedad, debemos hablar del género. Que no es masculino o
femenino como nos intentan hacer creer estos talibanes, no. Eso es el sexo, que
no tiene nada que ver. Es más: sexos, por mucho que se empeñen, hay solo dos:
masculino y femenino. Lo demás serán términos medios pero no “otros” sexos.
Mientras que géneros, si nadie me dice otra cosa, hay al menos seis:
El masculino, que sirve para designar generalmente a personas y
animales de sexo masculino y algunos objetos. Las palabras masculinas suelen
terminar en o, aunque también pueden
hacerlo en a (el sátrapa) o en e. Suelen ser masculinos en general los accidentes geográficos: el Eresma,
el Tajo, el Teide, el Atlántico, etc; los fenómenos meteorológicos, como
huracanes y tormentas tropicales, como por ejemplo el Katrina; los meses y los días de la semana: ha sido un febrero muy frío, el imprevisible
mayo;
los vientos, menos la tramontana; las notas musicales: el do, el fa… Los aumentativos que terminan en -on
aplicados a cosas, aunque deriven de palabra femenina: el faenón, el notición; las revistas (en España): el ¡Hola!, el Semana, el Blanco y Negro; los nombres de los puntos cardinales: el norte, el sur, el este, el oeste, el
ocaso o el poniente; y los números: el tres, el cinco, el 93.
El femenino
sirve por el contrario para designar personas y animales de sexo femenino así
como otro tipo de objetos distintos de los anteriores. Igualmente son de género
femenino las palabras terminadas en a,
aunque también las hay terminadas en o
o en e. Son además de género femenino
las letras: la hache, la e, etc.
El neutro,
que sirve para designar indistintamente personas o animales de ambos sexos, así
como objetos de ambos géneros. Aunque en forma no difiere del masculino se
aplica en los artículos (lo), los
pronombres personales en tercera persona del singular (ello, lo), los
demostrativos (esto, eso, aquello), algunos pronombres indefinidos (algo, nada)
y los adverbios cuantificadores (cuanto, cuánto, tanto)
El común: se usa, bien para los
nombres de personas que tienen una sola terminación y diferente artículo:
el
pianista o la pianista, el testigo o la testigo; o bien para los participios
activos de los tiempos verbales: el estudiante o la estudiante; el compareciente
o la compareciente, el representante o la representante… Claro que, como los ayatolahs
han llegado también a la Real Academia Española de la Lengua, ahora tenemos
presidentas. Pero este es otro asunto.
El epiceno es un género
específico para las especies animales. Y es que por mucho que nos quieran hacer
tragar, es un disparate hablar del jirafo y la jirafa, del cucaracho y la cucaracha
o del jilguero y la jilguera. En realidad, es un disparate tan grande como
hablar de compañeros y compañeras, alumnos y alumnas o ciudadanos y ciudadanas.
Aunque mucho menor que hablar de compañer@s, alumn@s y ciudadan@s. Desde luego,
siempre puede ser peor, cómo no.
Por último el género ambiguo
es el que tienen aquellas palabras que admiten indistintamente el artículo
masculino o el femenino: el mar y la mar, el calor y la calor, etc.
Así que ya lo sabe usted: cuando en la próxima reunión del colegio de
sus hijos le digan eso de que: “en este colegio tratamos de aplicar
razonablemente la ideología de género”, levante usted la mano y pregunte que de
cuál de los seis géneros. Es posible que su hijo no vuelva a aprobar ni recreo,
pero a lo mejor debe usted plantearse llevarle a un colegio donde le enseñen
Lengua española. No por nada, pero es que saber hablar la segunda o tercera
lengua más extendida en el mundo puede resultar útil para su formación.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro