lunes, 15 de julio de 2013

¿Para qué tanto encierro?

Antes de que me cuelguen del palo mayor, me pongan en la picota o me avergüencen en la plaza pública los eternos defensores de las tradiciones de nuestro pueblo, sea el que sea nuestro pueblo, quiero alegar algo en mi defensa. Y ese algo es que este cura ama como el que más, no sólo las corridas de toros sino todo lo que tenga que ver con ese soberbio animal. Que mil veces he ido solo a Las Ventas aún sin saber siquiera el cartel de esa tarde. Que aunque a veces he ido a barrera e incluso una vez a callejón, las más de las veces he ido a grada o a andanada y las menos a tendido. Que una vez me gasté lo que no tenía por irme solo a Barcelona un fin de semana, a ver torear a José Tomás en la Feria de La Merced. Que jamás he dado lecciones de toreo, de ganaderías ni de tauromaquia en general porque me gusta más escuchar que hablar, aprender que enseñar. Que tengo el pecho rajado de parte a parte y vuelto a coser con veinticuatro puntos, por el pitón de un malhadado toro que me enganchó en la plaza de toros de Cuéllar, después de una apasionante carrera y por quitárselo de encima a un patoso que se creía que estaba en una capea.

Tampoco tengo que agachar las orejas ante ecologistas, defensores de los animales ni antitaurinos, que nunca fui anti nada ni anti nadie. Ni mucho menos me proclamé apóstol de ninguna causa, como si amar la paz, la naturaleza o al toro de lidia fuese patrimonio exclusivo de los que se arrogan su defensa y los demás fuésemos sus perseguidores. Respeto todas las opiniones, aunque no siempre los opinantes me respeten a mí, ni mucho menos me merezcan todos el mismo respeto.

Y dicho esto, digo ¿De verdad es necesario que cada pueblo y cada barrio y de España tengan que tener su propio encierro de toros? ¿Alguien ha visto las salvajadas que, en nombre de no se sabe qué inexistente tradición, se hacen año tras año a los toros en todos estos lugares? Pocas veces he asistido a los encierros de La Granja, donde la “tradición” se remonta a no más de veinte años, si llega. En todo caso, lo que he visto me ha bastado para no volver. Valsaín es otra cosa, lo sé pero no lo conozco.  Como son otra cosa Cuéllar, San Sebastián de los Reyes y tantos otros donde sí existe tradición y se respeta a los animales. El caso es que en la mayoría de los encierros que se celebran a lo largo y ancho de España, lo que muchas veces sirve de diversión es un sufrimiento innecesario para el animal. Pues sufrimiento innecesario es sacar a un toro por la noche, correrlo varias veces de ida y vuelta y jalearlo, citarlo desde la talanquera y hacerle girar sobre sí mismo sin principio ni fin. Y todo esto durante más de media hora.

Ya ni siquiera los sanfermines pueden conservar el marchamo de tradición arraigada, que no puede ser tradición que todos los años tengamos que ver cómo cuatro niñatos de papá anglosajones vienen aquí a hacerse los colegas, a jugar a ser Hemingway, el que amaba comprendía a los salvajes españoles. Ni que cuatro borrachos se pongan delante de un toro lanzado a la carrera, poniendo en peligro a los corredores,  para poder poner la foto en su Féisbu. Ni que un hombre tenga que venir a jugarse la vida delante de un toro en la plaza, mientras en el tendido se canta se baila, se come y se bebe. Ya está bien.

Diviértase quien quiera divertirse y como le dé la gana hacerlo. Pero por favor, que se respeten las tradiciones y sobre todo a los toros. No es mucho pedir ¿verdad? Pues eso…


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

(*) Añado enlace al blog La Cuadrilla de José Luis Domingo en El Mundo, donde se dan datos bastante clarificadores sobre los últimos encierros.   http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacuadrilla/2013/10/04/el-traje-nuevo-del-emperador-pamplonica.html







jueves, 4 de julio de 2013

Con el debido respeto, Santidad

Espero no pecar de atrevimiento, de osadía ni muchísimo menos de soberbia dirigiéndome a Su Santidad. Pero es que he leído que Su Santidad ha hablado para decir que hay un lobby gay en El Vaticano. Pues vamos a ver, porque no sé si lo que Su Santidad hace es anunciar o denunciar. Más aún, no sé si lo que preocupa a Su Santidad es que sea un lobby o que sean gays. Pero vayamos por partes.

En primer lugar un lobby es una agrupación de intereses para ejercer presión que, en el caso de los Estados Unidos, que es donde existen este tipo de asociaciones, es perfectamente legal, abierto y claro. Con cuentas transparentes, fines públicos y publicados y normas a las que sujetarse. Aquí en Europa, cuando hablamos de lobby, es para referirnos a otra cosa muy distinta, Santidad. Más bien se trata de lo que en el idioma italiano de sus abuelos y el castellano de nuestros padres se llama pura y  simplemente Mafia. O sea, una asociación secreta, con fines no declarados, con medios nada éticos y miembros no reconocidos ni reconocibles. Justo lo contrario de un lobby. Eso, por una parte. Por otra, que Su Santidad declare que hay un lobby gay en El Vaticano, es como que un bombero llame a los bomberos porque ve una casa ardiendo o que un policía llame a la policía porque ve que se está cometiendo un atraco. No es descabellado, pero tampoco debe ser su primera idea. Más bien deben intentar evitarlo y luego pedir refuerzos.

Esto, en lo que respecta a la existencia de un mal llamado lobby. ¿Pero qué hay del hecho de que se trate de una asociación secreta de mutua ayuda y promoción entre homosexuales? Perdone Su Santidad que llame a las cosas por su nombre, pero es que creo que es así como mejor se muestra respeto por las cosas. En este caso, por las personas. Pues vamos a ver, a mí me preocuparía bastante tener que anunciar la dignidad el ser humano como hijo de Dios, mientras que en mi propia “casa” los homosexuales no pueden “existir”. O dicho más exactamente, pueden existir pero no figurar. Entiendo que la condición sexual de un sacerdote o de una monja no es relevante por cuanto han hecho voto de castidad. Hasta ahí de acuerdo ¿Pero y los fieles? ¿De verdad hay que aceptar que todo el resto de los católicos practicamos el sexo única y exclusivamente para tener hijos? ¿O es que con los heterosexuales la Iglesia puede hacer la vista gorda y con los homosexuales no? Sé que no es tan fácil, Santidad, que como decimos por aquí, doctores tiene la Iglesia. Sin embargo, creo que esta misma Iglesia a la que, si Su Santidad no me dice otra cosa me honro en pertenecer, debería -deberíamos- empezar a pensar en el sufrimiento indecible, insoportable e interminable que a lo largo de veinte siglos hemos hecho pasar a muchos inocentes. Un sufrimiento callado, no compartido con nadie, que es el peor de los sufrimientos. El mismo sufrimiento, por cierto, que algunos de ellos han aprovechado para infligir a pobres niños amparándose en su pertenencia a la Iglesia, por qué no decirlo. Dios perdone a cualquiera que haya pisoteado la inocencia de un niño o abusado de la inseguridad de un joven, porque yo no tengo tanta capacidad de perdón. Aquí hay buenos y malos, así que, que  cada palo aguante su vela. Unos por hacer, otros por dejar hacer y otros por mirar hacia otro lado. Entonces, ¿cuál es el pecado? Porque también habrá habido homosexuales que no han abusado y que no han consentido...

Sé que Su Santidad se está metiendo de lleno a barrer su casa, nuestra casa, no sólo con estos temas sino además con el muy delicado asunto de los dineros. Y con consecuencias de las de verdad, que ya hay eminencias -en todos los sentidos- en la cárcel. Lo que creo que sí es verdad, Santidad, es que ser homosexual no necesariamente significa ser un pervertido y que, como es evidente, no todos los que han condenado, perseguido y maltratado a los homosexuales eran gente de fiar. Y que estoy seguro de que dentro de de la Santa Madre Iglesia ha habido comportamientos heroicos, incluso yendo en contra de la propia naturaleza de cada uno. Encabece Su Santidad la búsqueda de la Verdad, pero también de la Justicia, que este cristiano le apoyará siempre, y a ver si pronto podemos abrazarnos unos a otros sin que alguna mente enferma nos cuelgue el sambenito. Y no es relativismo, que Amor y Perdón no pueden tener forma cambiante alguna.

Una vez más, perdone Su Santidad mi osadía y comprenda la ignorancia de este pobre pecador si es que he dicho algo inconveniente. Implora Su Bendición,


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro